Respuesta a la editorial de diciembre de la revista "Capital" en la que se cuestionaba la capacidad de los estudiantes de las comunidades españolas bilingües para comunicarse correctamente en castellano (Una reproducción de la editorial se encuentra a continuación de la carta).
Estimada Sra. Calle,
Quisiera, ante todo,
presentarme. Me llamo Antonio Tena Corredera. Aprovecho la
ocasión para hacerle llegar mis más sinceras felicitaciones por el
magnifico trabajo que desempeña el equipo de la revista “Capital”,
la cual siempre tengo a bien leer durante los diferentes vuelos que
realizo a lo largo del año.
El objetivo de la
presente misiva, sin embargo, no es otro que el de mostrarle mi más
rotunda disconformidad ante la editorial de diciembre en la que, bajo
el título de “Cierralenguas”, usted cargó contra la educación
en las denominadas “lenguas cooficiales”. Le explicaré mi caso:
nací en Esplugues de Llobregat (Barcelona) hace veintiséis años en
el seno de una familia castellanohablante. Debido a tal vicisitud,
son precisamente en castellano los primeros recuerdos que conservo, y
es el castellano el idioma en el que pienso y en el que básicamente hago mi vida diaria (en Cataluña, aunque a algunos les pueda
parecer mentira...). A pesar de ello, y tal y como usted ya supondrá, la mayor parte de mi educación
se realizó, aunque a veces más oficial que oficiosamente, en
catalán, debido a lo que se conoce en el ámbito educativo como
inmersión lingüística, mediante la cual el catalán pasa a ser la
lengua vehicular y principal de la educación en Cataluña. No quisiera que
sirviera la presente para hacer campaña a favor o en contra de la
inmersión lingüística en las escuelas catalanas, ya que no
encuentro que éste se trate del medio adecuado ni que sea menester
ahora mismo. Lo único que quisiera remarcar es que dicha situación
no me impidió aprender a leer, escribir o expresarme correctamente
en castellano; es más, le diré que tengo, a mi parecer, más
destreza para comunicarme (ya sea oralmente o por escrito) en
castellano que en catalán, a pesar de que la mayoría de mi
instrucción se haya realizado en este último idioma. Con ello,
quisiera expresarle mi duda de que mi nivel de castellano sea peor (o
mejor) que el de una persona de mi edad nacida en Jaén o Segovia,
por poner un ejemplo.
Igualmente, no encuentro
que sea correcto ni justo hacer del euskera o el catalán el chivo
expiatorio de turno ni que carguen con las culpas de las carencias
existentes en el sistema educativo de nuestro país. Es precisamente
en este último aspecto en el que desearía hacer hincapié, pues soy
de los que opinan que la educación española adolece de grandes
deficiencias, independientemente de la lengua en la que se imparta o
de la comunidad autónoma de la que se hable. A los informes de la
OCDE me remito, en los que los indicadores correspondientes a España
no ostentan las mejores posiciones. Aunque simplemente con echar un
vistazo a
cualquier foro de internet, ya basta para percatarse de que se escribe
mal a lo largo y ancho de la geografía nacional.
Lo que trato de explicarle es que nos encontramos ante un problema en la
educación extrapolable al conjunto de España. Asimismo, y tal y como
usted apunta al final de su editorial, es
preciso y de vital importancia que se refuerce el papel del inglés
en todos los niveles educativos, y que se garantice un conocimiento
más que óptimo de dicho idioma al finalizar los estudios
obligatorios, cosa que hoy por hoy desafortunadamente no ocurre. Para
ello, es perentorio un cambio en la mentalidad ya no sólo por parte
de los educadores y de los estudiantes, sino de la sociedad española
en general que parece empeñada en querer aprender la lengua de
Shakespeare a fascículos y mediante tediosas repeticiones de frases
que en la mayoría de casos resultan del todo inútiles.
Sin más que añadir al
respecto, le envío un cordial saludo y la invito a reflexionar
acerca de la cuestión que nos ocupa.
Atentamente,
Antonio Tena Corredera
Licenciado en Traducción
e Interpretación
Cierralenguas
No me he confundido con
el titular de esta columna. No quiero hablar de los trabalenguas,
sino de lenguas que, contrariamente a lo que debería ser su razón
de ser, cierran puertas en lugar de abrirlas. Y me explico. Este
verano bromeaba con mi sobrina Marta (13 años) para que viniera a
estudiar a Madrid. Ella vive en Lasarte-Oria (Guipúzcoa) y habla
perfectamente euskera aunque, en casa, su lengua sea el castellano.
Su respuesta me dejó perpleja: “No puedo tía, es que si hago eso
voy a suspender todo”. ¿Pero cómo, si tú eres buena estudiante y
sacas muy buenas notas? “Pues porque hay muchas cosas que no sé
cómo se dicen en castellano. En matemáticas, por ejemplo, no tengo
ni idea de muchas palabras”. Y me dijo algún ejemplo que ni
siquiera puedo recordar. Lógicamente, esto que dijo de las
matemáticas se puede extrapolar a otras asignaturas, de las muchas
que estudia íntegramente en euskera desde hace tiempo. Y ni les
cuento la cantidad de faltas de ortografía que comete cuando escribe
en castellano. Hace años me pasó algo parecido con otro sobrino. Al
preguntarle qué notas había sacado y en qué iba mejor, fue incapaz
de traducirme al castellano una asignatura que, por sus
explicaciones, deduje que se trataba de geografía o ciencias
sociales. No sé a ustedes, pero a mí todo esto me sorprende
muchísimo. Este verano viví otra situación parecida. Me fui a
Cantabria a pasar unos días con una amiga y su sobrina y me
entristecía ver como ésta, de apenas cinco años, se retraía de
jugar en el parque con otros niños porque no se sabe expresar bien
en castellano – su lengua materna y en casa es el euskera-.
En fin, que este cúmulo
de cerrazones lingüísticas
me dejó bastante pensativa. ¿Pero hablar una lengua no debería
servirle a uno para abrirle más puertas al mundo en lugar de
cerrárselas? ¿Qué clase de idioma es ése que hace todo lo
contrario? Y lo digo yo, que hace tiempo hablaba con fluidez en
euskera y ahora, aunque no lo hablo, lo entiendo sin problemas. Les
digo esto para que no me malinterpreten, porque jamás abogaría por
suprimir nuestras lenguas autonómicas. Ni eso, ni las costumbres y
tradiciones que forman parte de las raíces de cada pueblo. Pero una
cosa es preservar y otra, muy distinta, encumbrar, colocar algo por
encima de todo lo humano y lo divino.
Sinceramente,
creo que se ha perdido el norte en las políticas educativas que se
aplican en algunas de nuestras comunidades. A mi juicio, es un error
mayúsculo poner todos los acentos -insisto, todos los acentos- en un
idioma regional- sea cual sea- en detrimento del castellano que,
desde luego, hoy en día abre más puertas que cualquiera de las
muchas lenguas que se hablan en nuestras autonomías. O que todas
ellas juntas. Hablar bien euskera – o gallego, o catalán, por
decir alguno más- es y siempre será un activo, pero no puede
convertirse en un pasivo., en una atadura para permanecer dentro del
mismo círculo que, por grande que sea, no dejará de ser un grano de
arena en el mundo global que hoy vivimos. Puestos a invertir tiempo y
dinero en estudiar otra lengua, no me cabe la menor duda de que ésta
debe ser el inglés. Ése sí que abre puertas. Y más ahora que,
como les contamos en este número, quien más quien menos busca en el
extranjero una salida a su carrera profesional, a su empresa o a su
negocio. Por favor, coloquemos cada cosa en su sitio y veamos de una
vez por todas que el mundo es mucho más grande que el pequeño
círculo en el que nos movemos cada día.
Fuente: Editorial de diciembre de la revista "Capital" por su directora, Consuelo Calle.
Comentarios
Publicar un comentario