Desde hace más de cincuenta años, Eurovisión -“the music competition Europeans love to hate”- forma, positiva o negativamente, parte del imaginario colectivo europeo. Incluso en España, país en el que las posturas antieurovisivas son la norma imperante, dicho evento copa año tras año titulares en los medios y reporta a TVE niveles de audiencias que ya quisieran para sí las cadenas privadas. En este sentido, cabe recordar que la final de Eurovisión es sistemáticamente cada año la retransmisión no deportiva más vista tanto en España como en el resto del continente. No obstante se haya acusado al festival de resultar caduco y de primar asuntos políticos sobre los musicales, en su ya larga vida, Eurovisión ha devenido en mayor o menor medida uno de los símbolos de europeidad, que ha permitido a generaciones enteras asomarse a otras realidades europeas. Desde un punto de vista idiomático, el festival ha sido hasta hace relativamente poco un fiel reflejo de la diversidad ...
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