Repasando pocos días ha el encomiable
“Manual de dialectología hispánica” del gran Manuel Alvar no he podido más que extrañarme ante las aseveraciones
que en el mismo hace sobre el estado y el futuro del español en
Estados Unidos, tales como “En todas partes el español está
siendo eliminado”. Dicha afirmación, por ejemplo, no puede
producirme más que extrañeza, aunque es comprensible si tenemos en
cuenta que estas palabras se escribieron allá por el lejano y remoto
año en que las Spice Girls iniciaron su efímera dominación
del mundo, 1996. Tres lustros después, la mala salud de hierro del
castellano no puede ser más óptima al norte del Río Grande.
Al menos esa es la sensación que tuvo servidor en su corta pero
profunda estancia hará algunos meses en la antaño descubierta
por Ponce de León península de Florida.
Por otra parte, aproveché mi estancia floridana para hacer realidad uno de esos sueños frustrados que no pude llevar jamás a cabo durante mi no tan tierna infancia, dada la escasez de recursos económicos tanto propios como familiares. Tal anhelo no era otro que el de ir a Disneyworld (¡Qué original por mi parte!). Incluso allí, uno de los bastiones de la cultura gringa, es notable la presencia hispana en forma, principalmente, de "quinceañeras" con sus respectivos séquitos. Para atender las necesidades de tal público, los parques Disney disponen de todo tipo de servicios en español (desde folletos a señalizaciones), así como atracciones audiovisuales y megafonía en versión castellana. ¡Aún se me pone la piel de gallina con ese "Cuiden los niños" que salía a todas horas de los altavoces del parque en un perfecto español neutro, que me recordaba inevitablemente a los doblajes de las antiguas películas de Disney. En este sentido, debo reconocer que siempre he sido de la opinión de que el doblaje mexicano resulta más apropiado para las películas de Disney que el doblaje ibérico, por lo extremadamente meloso y edulcorado del primero en comparación con el segundo, en el cual abundan en demasía modismos propios y exclusivos de la Península. Y es que efectivamente no hay color entre escuchar a una ñoña sirenita Ariel diciendo: “Flounder, ¿dónde te hallas?” que oírla gritar como si de mi prima de Hospitalet se tratara: “Flounder, ¡¿dónde coño estás?!”. La Teletienda, en cambio, siempre me ha inspirado más confianza con ceceo de por medio… Una de cal y otra de arena, ¡oiga!
Mi primera experiencia, digamos,
hispana en territorio estadounidense tuvo lugar poco rato después de
haber aterrizado en el aeropuerto de Fort Lauderdale, al ir a recoger
el coche que mis amigos y yo habíamos alquilado para recorrer de
cabo a rabo, y nunca mejor dicho, el conocido como “Pito de
América”. Al escucharnos hablar en cervantina lengua entre
nosotros, el empleado del rent-a-car se nos dirigió
directamente en un castellano de marcada influencia habanera. Luego
de algún que otro intercambio de opiniones, accedimos a contratar un
seguro adicional que, según palabras del empleado, nos ahorraría
problemas en caso de que la goma (rueda) del carro (coche) “ponchase”
(pinchase)- Tiempo después, y tras algunos meses habiendo olvidado
la cuestión, descubriría que, por mucho que en la Calle Ocho se “ponchen” las gomas de los carros, los de la calle
Felipe IV nº 4 de Madrid, también conocidos como Real Academia Española, no recogen el verbo “ponchar” en su diccionario.- No
pude percatarme más acerca de la conversación, puesto que mientras
se realizaban los pertinentes trámites, estuve hablando (en inglés)
con una señora muy simpática que tuvo a bien recomendarme un lugar
para hacer buceo en los Cayos (que luego, obviamente,
olvidé), y que, al saber de mi procedencia, me explicó que dos
conocidos habían sido víctimas de los amigos de lo ajeno durante
sus vacaciones en Barcelona... ¡Oh, la fama de los carteristasbarceloneses allende los mares cual carabela!
Una
vez en Miami tuve que rendirme a la evidencia: allí servidor no
podría dedicarse al feo vicio (lo sé) que tiene en el extranjero de
criticar a diestro y siniestro, y a viva voz, a cuanto ser crea
merecedor de cualquier reproche. El castellano era (es) la lengua
mayoritaria y oficiosa (aunque no oficial) de aquellas contradas. Aún
me sonrojo al recordar un momento en el que me vi impedido de tomarme
una fotografía junto a uno de los bellos edificios Art decó que
abundan en Ocean Drive, ya que una chica de voluptuosas formas
ocupaba el ángulo de visión del objetivo de la cámara; ante tal
situación, no pude evitar vociferar: “¡La petarda esta qué
oportuna es!”, aunque mi comentario fue aún menos oportuno, puesto
que la reprimenda por parte de la diana de mis críticas (o sea, la
chica) fue telenovelesca (en español, se entiende). Con la lección
aprendida, decidí que por aquellos lares el catalán me sería más
práctico para ejercer el deleznable menester de la crítica...
Mención aparte merecen mis experiencias en los comercios y
restaurantes. Tras unos primeros y vanos intentos en inglés,
realicé, cual Shakira o Gloria Estefan, mi
particular crossover inverso al español, visto que la
mayoría de dependientes/camareros eran hispanos. ¡Vago de mí! ¿O
debería decir más bien práctico? Sea como sea, siempre he sido de
la creencia de que va casi contra natura (ahora parezco del credo) el
que dos individuos hablen entre sí en otro idioma cuando comparten
la misma lengua materna... Por cierto, desde aquí aconsejo a todo
aquel que se deje caer por Miami que acuda sin dilación alguna al
restaurante cubano de galo nombre "Versailles", sito en la
Calle Ocho 3555, en el que cada día es domingo de comunión y donde
los comensales podrán disfrutar de una suculenta ropa vieja y una
variedad infinita de postres tan cubanos como el flan de huevo de
toda la vida o una crema catalana que hará las delicias de los
paladares más exquisitos. Todo ello en un ambiente cordial que se
presta a todo tipo de bromas anticastristas y antichavistas ¡Oído
cocina!
Por
otro lado, pude comprobar in situ que, dada su consistencia
numérica, la comunidad hispanohablante de Estados Unidos cuenta con
una amplia y diversificada red de medios de comunicación. Siendo
como soy un amante de las ondas catódicas, hago especial hincapié
en las dos principales cadenas de televisión en español del
país, Telemundo y Univisión. A modo de curiosidad,
viendo Univisión descubrí que la retroalimentación entre
programas no es patrimonio exclusivo de Telecinco. El reality show
insignia de la cadena, "Nuestra belleza latina" (al cual,
por cierto, me enganché) sirve tanto para copar el prime
time como para rellenar durante varias horas tertulias en programas
posteriores. En dicho reality, diversas chicas procedentes de la más
variada geografía americana conviven en una casa parecida a la de
Gran Hermano a la espera de que una de ellas sea elegida, mediante
pruebas varias y a través de nominaciones con sus respectivas
expulsiones, la belleza latina de la edición en cuestión; todo ello
aderezado con altas dosis de chismorreo, malrrollismo y puñaladas
traperas entre concursantes, y con alguna que otra prótesis de
silicona y rinoplastia más que evidentes. Y si a la concursante de
San Bernardino (California), previa delación por parte de la
concursante de San Antonio (Tejas), la expulsan por haberse
filtrado fotos suyas subidas de tono en "la internet", tras
lo cual acaban a "cachetadas" y "jaladas" de pelo
a lo Laura Bozzo, ¡no hay problema! Ya tenemos polémica
servida y audiencia asegurada en la tertulia del "Despierta América" de la mañana siguiente. Es tal el consumo de
productos audiovisuales en español que patidifuso y ojiplático
se quedó servidor cuando vio que en una cadena local de Miami
pasaban nuestro "Mujeres y hombres y viceversa" patrio.
¡Rafa Mora lloraría de la emoción al saberse conocido en la
Florida!
En otro orden de cosas, aunque siempre
a colación con el tema que nos ocupa, me sorprendió gratamente que
en Estados Unidos sectores como el de los publicistas se mostraran
más puristas y sensibles de cara al castellano que en la propia
madre patria. Prueba de ello es que el eslogan de la publicidad
española de McDonald’s en la tierra del Tío Sam no es “I’m
lovin’ it” como en España, sino un simple y castizo “Me
encanta”.
Mi breve experiencia en
Florida dio para mucho. En alguna que otra ocasión me vi en la
tesitura de tener que hacer las veces de intérprete de español... a
español, dado que mis compañeros de viaje, no demasiado versados en
telenovelas (no saben lo que se han perdido...), a menudo no sabían
hacerse entender correctamente, debido a diferencias léxicas,
normales, por otra parte, en un idioma tan vasto como el castellano.
Memorable fue la ocasión en que al ir a reservar una habitación en
un motel, la recepcionista nos pidió un pasaporte para tomarnos los
datos. Mi amigo respondió que en aquellos momentos tan sólo
disponía del "carné de conducir", a lo que la chica
respondió "¿mande?", "el carné de conducir...",
repitió mi amigo confundido, tras lo cual yo espeté "la
licencia de manejar", que la empleada del motel tuvo a bien
aceptar una vez supo, gracias a mi aclaración, a qué nos
referíamos, dando por zanjado un curioso episodio de variación
intralingüística. ¡Benditas telenovelas!
Por otra parte, aproveché mi estancia floridana para hacer realidad uno de esos sueños frustrados que no pude llevar jamás a cabo durante mi no tan tierna infancia, dada la escasez de recursos económicos tanto propios como familiares. Tal anhelo no era otro que el de ir a Disneyworld (¡Qué original por mi parte!). Incluso allí, uno de los bastiones de la cultura gringa, es notable la presencia hispana en forma, principalmente, de "quinceañeras" con sus respectivos séquitos. Para atender las necesidades de tal público, los parques Disney disponen de todo tipo de servicios en español (desde folletos a señalizaciones), así como atracciones audiovisuales y megafonía en versión castellana. ¡Aún se me pone la piel de gallina con ese "Cuiden los niños" que salía a todas horas de los altavoces del parque en un perfecto español neutro, que me recordaba inevitablemente a los doblajes de las antiguas películas de Disney. En este sentido, debo reconocer que siempre he sido de la opinión de que el doblaje mexicano resulta más apropiado para las películas de Disney que el doblaje ibérico, por lo extremadamente meloso y edulcorado del primero en comparación con el segundo, en el cual abundan en demasía modismos propios y exclusivos de la Península. Y es que efectivamente no hay color entre escuchar a una ñoña sirenita Ariel diciendo: “Flounder, ¿dónde te hallas?” que oírla gritar como si de mi prima de Hospitalet se tratara: “Flounder, ¡¿dónde coño estás?!”. La Teletienda, en cambio, siempre me ha inspirado más confianza con ceceo de por medio… Una de cal y otra de arena, ¡oiga!
A modo de reflexión, podría afirmar
sin ningún titubeo que, tras unos diez días en suelo yanki,
cuando me fui de Florida, lo hice con la sensación de que más que
un país anglosajón, dejaba atrás una especie de Gibraltar en el
que los monos son cocodrilos. Eso sí, un Gibraltar a lo grande, ¡que
para algo hablamos de América!
Como lector aficionado a tu blog que soy (he leído todas y cada una de las entradas, aunque siempre de manera sigilosa), he de decir que esta entrada me ha sorprendido. Siempre sueles tratar los temas desde un punto de vista bastante neutro (como el español de las películas Disney al que haces referencia) y en este texto, de repente, hemos descubierto un poco de ti.
ResponderEliminarEnhorabuena por tu blog. Y que nos sigas descubriendo realidades lingüísticas (en muchas ocasiones totalmente ajenas a nosotros) por mucho tiempo!
¡Muchas gracias! En serio, a veces pienso que no lo lee nadie... He decidido que a partir de ahora intercalaré visiones más académicas con otras más personales.
ResponderEliminarViajar a Miami de vacaciones es una excelente elección. Podrás disfrutar de sus hermosas playas, deleitarte con su ambiente vibrante y, si eres amante del surf, tendrás la oportunidad de practicar este emocionante deporte en sus aguas cálidas y con olas perfectas.
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