El pasado diciembre el ayuntamiento de Barcelona anunciaba la disolución de Linguamón tras la retirada de la Generalitat de Cataluña del consorcio. Linguamón, cuyos orígenes se remontaban a la exposición "Veus", uno de los pilares del Fórum de las Culturas de Barcelona 2004, y que para muchos supuso de lo poco rescatable de tan magno y a la vez aún hoy desconcertante proyecto encabezado por el entonces alcalde del consistorio barcelonés, y hoy cadáver político exiliado en la ONU, Joan Clos. Linguamón, creado en 2005, pretendía rescatar el espíritu de aquella exposición, dedicada a algo tan ambiguo y vago como "celebrar el hecho de la comunicación humana y la diversidad lingüística y cultural". Si uno echa un vistazo a la página web del consorcio -todavía activa-, le invadirá un inevitable sentimiento de turbación ante la incomprensión del leitmotiv y las directrices del proyecto: "acercar el mundo de las lenguas a los ciudadanos, hacer que la sociedad viva la riqueza lingüística de manera positiva, crear conciencia por la sostenibilidad de la diversidad lingüística y difundir las grandes posibilidades que ofrecen las lenguas y sus comunidades". Todo buenas palabras e intenciones (y castillos en el aire, para qué engañarse...), pero a uno le asolan las preguntas, ya que es en la poca concreción donde servidor cree que radicaba el error del proyecto: ¿QUÉ? ¿Qué pretendía llevar a cabo? ¿CÓMO? ¿Cómo llevarlo a cabo? y, por último, ¿PARA QUÉ? Asimismo, y dado que, al fin y al cabo, se trataba de una empresa meramente política, se apuntaba la voluntad expresa de querer "ayudar a convertir Cataluña en un referente internacional en la gestión del multilingüismo de las sociedades y las nuevas tecnologías". Es llegado a este punto, cuando uno cree oír la aterciopelada voz de Mina: Parole, parole, parole...
Era tal la magnitud de Linguamón, y tal el apoyo político con el que contaba en la era tripartita, que incluso se había cedido como futura sede la antigua fábrica de Can Ricart sita en el Poblenou barcelonés. La reforma del edificio había sido encargada a la prestigiosa arquitecta italiana Benedetta Tagliabue, y la inauguración del mismo se preveía tendría lugar a lo largo de 2013. Todo resultaba, si fa no fa, muy acorde al entusiasmo imperante en pleno boom económico. Luego vendrían la crisis, que, al igual que el tiempo, todo lo pone en su lugar, y nuevos colores políticos, tanto en la Generalitat como en el ayuntamiento de la Ciudad Condal, poco proclives a empresas tales. Todo ello supuso el golpe de gracia para la Casa de les llengües, cuyo previsible final se oficializaba el 17 de diciembre de 2011 con la disolución del consorcio que lo auspiciaba, y con ello el precipitado desenlace de un proyecto cargado de buenas intenciones, pero utópico y poco conciso. Cuentan los mentideros políticos de la capital catalana que no se prevé retomar el proyecto en un futuro cercano, no al menos hasta que finalice la todopoderosa crisis. A esperar se ha dicho...
Linguamon 2005-2011
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