Servidor leía hace unas semanas en el periódico italiano de tendencia católica "Avvenire" una entrevista al salesiano Roberto Spataro, secretario de la Facultad de letras cristianas y clásicas de la Universidad Pontificia Salesiana de Roma. En la misma el religioso afirmaba sin ningún atisbo de duda que, a pesar de la imperante presencia del globish (inglés global) en la sociedad actual, el latín es la lengua del futuro y del progreso, y como prueba de ello explicaba una anécdota de cómo, tras varios intentos en vano con el inglés o el italiano, logró comunicarse con un estudiante de intercambio búlgaro... ¡gracias al latín! In clarit non fit interpretatio.
Huelga decir que la impronta del latín (y del griego) en la cultura occidental es de vital importancia, hasta tal punto de que se encuentra en el ADN de la misma, especialmente en los países romanizados de Europa y América. A pesar de la progresiva desaparición del latín como idioma hablado, durante los siglos posteriores a la caída del Imperio Romano la supervivencia de la lengua como medio escrito se vio garantizada gracias al amparo ofrecido por el mundo de la cultura, relegada por entonces a los monasterios y universidades que fueron surgiendo por el Viejo Continente. Más tarde, de la mano de la Ilustración y con la universalización de la educación en la Edad contemporánea, el latín fue una pieza clave del currículo educativo occidental de las jóvenes generaciones durante gran parte de los siglos XIX y XX. Sin embargo, de unos años a esta parte la tendencia viene siendo la contraria, ya que prevalece el desprecio y el ninguneo hacia el latín como idioma curricular, por lo que los planes de estudio actuales van disminuyendo progresivamente la presencia de éste en las aulas. Los motivos aducidos para ello, claro está, no son más que una sarta de lugares comunes: es inútil estudiar un idioma que ya no se habla, la sociedad actual ya no es humanista sino científica y tecnológica, y así ad infinitum... Sin ir más lejos, servidor, estudiante vocacional de humanidades, se vio cuestionado en más de una ocasión durante sus años de secundaria, y no sin cierta sorna y prepotencia, por el mero hecho de estudiar latín y griego: "¿de qué te sirve estudiar eso?". Hoy son esos mismos que ponían en duda la utilidad de los idiomas clásicos los que a duras penas distinguen entre un substantivo y un adverbio, y a los cuales conceptos como nominativo o neutro les suena, cuando menos, a chino.
A pesar de no contar ya con hablantes nativos, actualmente el latín es, junto al italiano, lengua oficial de la Ciudad del Vaticano, por lo que muchos de los documentos redactados en el pequeño estado se encuentran escritos en dicho idioma. De este modo, y dada la necesidad de incorporar nuevos conceptos que antaño no existían, el latín, al igual que la gran mayoría de idiomas actuales, se ha visto en la obligación de acuñar neologismos, algunos tan curiosos como los que se leen a continuación:
- Birota automática (motocicleta)
- Res inexplicata volans (ovni)
- Iuvenis voluptuarius (playboy o, mejor dicho, donjuán)
- Capitilavium (champú)
- Novissimorum morum affectator (esnob)
- Solitarium (soltero)
- Intercalatum laudativum nuntium (anuncio de televisión)
- Liquor nubilogenus (aerosol)
- Sui ipsius nudator (stripteaser o persona que realiza un striptease)
- Manubriati reticuli ludos (tenis)
- Instrumentum telehornamentis exceptorium (vídeo)
- Amplissimus vir (V.I.P o personalidad)
- Obscena observandi cupido (mirón)
Lo cierto es que cuesta imaginarse a los prelados conversando durante los concilios o cónclaves sobre algo tan ajeno a la moral cristiana como son los desnudos o los mirones, o de conceptos inexistentes, en un principio, para el dogma como puedan ser los ovnis, aunque vayan ustedes a saber... De cualquier modo, afirmaciones como las de Roberto Spataro resultan con toda seguridad exageradas y un tanto descabelladas. Aún y así, el latín es algo esencial e inherente al acervo cultural de Occidente, y como tal debiera ser preservado en mayor o menor medida por cualquier persona medianamente culta que se precie, y de esta manera secula seculorum.
Huelga decir que la impronta del latín (y del griego) en la cultura occidental es de vital importancia, hasta tal punto de que se encuentra en el ADN de la misma, especialmente en los países romanizados de Europa y América. A pesar de la progresiva desaparición del latín como idioma hablado, durante los siglos posteriores a la caída del Imperio Romano la supervivencia de la lengua como medio escrito se vio garantizada gracias al amparo ofrecido por el mundo de la cultura, relegada por entonces a los monasterios y universidades que fueron surgiendo por el Viejo Continente. Más tarde, de la mano de la Ilustración y con la universalización de la educación en la Edad contemporánea, el latín fue una pieza clave del currículo educativo occidental de las jóvenes generaciones durante gran parte de los siglos XIX y XX. Sin embargo, de unos años a esta parte la tendencia viene siendo la contraria, ya que prevalece el desprecio y el ninguneo hacia el latín como idioma curricular, por lo que los planes de estudio actuales van disminuyendo progresivamente la presencia de éste en las aulas. Los motivos aducidos para ello, claro está, no son más que una sarta de lugares comunes: es inútil estudiar un idioma que ya no se habla, la sociedad actual ya no es humanista sino científica y tecnológica, y así ad infinitum... Sin ir más lejos, servidor, estudiante vocacional de humanidades, se vio cuestionado en más de una ocasión durante sus años de secundaria, y no sin cierta sorna y prepotencia, por el mero hecho de estudiar latín y griego: "¿de qué te sirve estudiar eso?". Hoy son esos mismos que ponían en duda la utilidad de los idiomas clásicos los que a duras penas distinguen entre un substantivo y un adverbio, y a los cuales conceptos como nominativo o neutro les suena, cuando menos, a chino.
A pesar de no contar ya con hablantes nativos, actualmente el latín es, junto al italiano, lengua oficial de la Ciudad del Vaticano, por lo que muchos de los documentos redactados en el pequeño estado se encuentran escritos en dicho idioma. De este modo, y dada la necesidad de incorporar nuevos conceptos que antaño no existían, el latín, al igual que la gran mayoría de idiomas actuales, se ha visto en la obligación de acuñar neologismos, algunos tan curiosos como los que se leen a continuación:
- Birota automática (motocicleta)
- Res inexplicata volans (ovni)
- Iuvenis voluptuarius (playboy o, mejor dicho, donjuán)
- Capitilavium (champú)
- Novissimorum morum affectator (esnob)
- Solitarium (soltero)
- Intercalatum laudativum nuntium (anuncio de televisión)
- Liquor nubilogenus (aerosol)
- Sui ipsius nudator (stripteaser o persona que realiza un striptease)
- Manubriati reticuli ludos (tenis)
- Instrumentum telehornamentis exceptorium (vídeo)
- Amplissimus vir (V.I.P o personalidad)
- Obscena observandi cupido (mirón)
Lo cierto es que cuesta imaginarse a los prelados conversando durante los concilios o cónclaves sobre algo tan ajeno a la moral cristiana como son los desnudos o los mirones, o de conceptos inexistentes, en un principio, para el dogma como puedan ser los ovnis, aunque vayan ustedes a saber... De cualquier modo, afirmaciones como las de Roberto Spataro resultan con toda seguridad exageradas y un tanto descabelladas. Aún y así, el latín es algo esencial e inherente al acervo cultural de Occidente, y como tal debiera ser preservado en mayor o menor medida por cualquier persona medianamente culta que se precie, y de esta manera secula seculorum.
eres muy culto y guapo....
ResponderEliminarMe ha encantado este artículo sobre la lengua latina. Es simplemente , brillante !!!
ResponderEliminarfirmado,
Iuvenis voluptuarius :)