Durante estos últimos tiempos en los que por las Españas se cuestiona el modelo territorial, muchos gustan de rememorar acontecimientos pretéritos para justificar el porqué de las cosas hoy día. A menudo la historiografía, que tiende a edulcorar o dramatizar acontecimientos según convenga, ha querido ver en Isabel de Castilla y Fernando de Aragón el germen de la unidad política y religiosa de España. Tanto es así que históricamente se ha loado en demasía las excelencias del regio matrimonio con el fin de idealizar su figura y causa bajo un halo de épica y romanticismo que muy probablemente jamás existió. Otros más realistas como Juan Eslava Galán alegan que la unión dinástica se debió a cuestiones más terranales: "No fue el de Isabel y Fernando un matrimonio romántico, por amor, sino más bien un arreglo interesado por ambas partes" (Historia de España contada para escépticos). Y que para nada las nupcias supusieron el nacimiento de España, no al menos de la manera en la que la concibimos actualmente: "En realidad, a pesar de la boda de los Reyes Católicos, Aragón y Castilla no se unieron. Hubiera sido cruzar un erizo con un pez: las leyes, el sistema económico y hasta las costumbres eran completamente distintas."
No pretende ser este un alegato a la indisolubilidad o no de España, sino más bien una introducción a una reflexión en clave lingüística que hice hace unos días viendo "Isabel", la serie de TVE que al parecer horroriza tanto al Ayuntamiento de Barcelona por su, dicen, poco rigor histórico a la hora de narrar la vida de los Reyes Católicos.
No pretende ser este un alegato a la indisolubilidad o no de España, sino más bien una introducción a una reflexión en clave lingüística que hice hace unos días viendo "Isabel", la serie de TVE que al parecer horroriza tanto al Ayuntamiento de Barcelona por su, dicen, poco rigor histórico a la hora de narrar la vida de los Reyes Católicos.
La semana pasada parte de la acción de la serie se trasladó hasta la denominada Cataluña vieja (la que va del río Llobregat hasta los Pirineos) para mostrar al espectador el conflicto entre los payeses (remensas) y sus señores. Si bien la factura de la serie es impecable, hubo un pequeño gran detalle que me chirrió y que hizo que esta parte de la trama fuera, a mis ojos, poco natural: los personajes hablaban entre sí castellano y no catalán. En efecto, cuesta creer que en pleno siglo XV unos payeses de la Ribagorza tuvieran conocimientos de la lengua castellana. Sin embargo, esta no es la única incongruencia de la serie en lo concerniente a dicho aspecto. De este mismo modo, resulta también extraño ver al rey Juan II de Portugal intrigar contra Castilla o la familia de Braganza en un perfecto castellano, o más aún escuchar a Boabdil y su madre conspirar con los abencerrajes en el idioma del infiel. Algunos historiadores y estudiosos actuales apuntan a que ya por entonces el castellano hacía las veces de lingua franca en la comunicación entre los distintos reinos de la Península Ibérica. Albert Branchadell, por ejemplo, indica en su amena obra "L'aventura del català" que la mayor parte de la correspondencia de los reyes aragoneses con el emirato granadino se realizaba en castellano, lengua por entonces "extranjera" (pero no ajena) para ambos bandos. Sin embargo, por pura lógica, en la comunicación interna y familiar prevalecía la lengua autóctona (ya sea esta el castellano, el catalán, el portugués o el árabe), algo que no recoge la serie de TVE y que, de haberlo hecho, le habría conferido más realismo.
Algunos dirán que se trata de una ficción y que estas licencias son el pan nuestro de cada día. "Al fin y al cabo, la serie es para que se vea y entienda en toda España", clamarán. Sin duda alguna, estarán en lo cierto. No obstante, y por utópico que suene, creo que esta ha sido otra oportunidad perdida de, subtítulo mediante, dar a conocer y mostrar de un modo natural y lúdico la realidad lingüística peninsular de entonces y ahora. De hacer entender a separadores de aquí, allá y acullá que la diversidad lingüístíca de este país no es algo surgido de la nada a raíz de la Transición, sino un bien preciado que perdura desde hace siglos (aunque algunos hayan intentado erradicarlo) y que así debiera conservarse durante otros tantos.
Los cinco reinos peninsulares |
Según tu criterio, en la serie debería hablarse en todas las lenguas de los que intervienen en ella. Es decir, los castellanos en castellano, Boabdil en árabe, el rey de Portugal en portugués, los franceses en francés, los aragoneses en su dialecto y los payeses en catalán ... ¿en catalán?. Más bien en catalán arcaico ¿Se puede doblar al catalán arcaico? ¿Cómo era la lengua que hablaban los payeses que salen en la serie?. La reina Isabel en castellano del siglo XV y los traductores del Senado haciendo su agosto en una serie histórica que sería más fácil ver en castellano porque se hizo para toda España, donde todo el mundo domina el castellano.
ResponderEliminarComo bien habrás podido leer en mi escrito, concuerdo en que la serie es completamente en castellano por una cuestión lógica y práctica. No obstante, y dado que las tramas de los payeses, los portugueses o los granadinos son secundarias, creo que por unas pocas frases en sus respectivos idiomas no hubiera pasado nada malo, sino todo lo contrario. En cuanto a lo de hablar o no en castellano o catalán antiguo, obviamente los actores que hacen de payeses no van a hablar catalán arcaico, al igual que Michelle Jenner, Rodolfo Sancho y el resto de actores tampoco hablan castellano arcaico cuando interpretan a sus personajes, sino una adaptación moderna que pretende asemejársele.
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