De lo que sí puede presumir Islandia (y es de lo que realmente trata el presente artículo) es de ser uno de los países más homogéneos étnica y lingüísticamente hablando, no sólo de Europa, sino del mundo. Toda la población, a excepción de un exiguo número de inmigrantes recientes, tiene como idioma materno el islandés, lengua que deriva de los dialectos nórdicos que introdujeron en Islandia hace algo más de un milenio los vikingos provenientes de la actual Noruega. La mayor peculiaridad del islandés en relación a las otras lenguas nórdicas (danés, noruego o sueco, por poner un ejemplo) es una menor evolución a lo largo de los siglos, así como una gran homogeneidad a lo largo de todo su territorio, lo que hace difícil hablar de una dialectización del idioma. De este modo, el islandés de hoy en día difiere más bien poco de la lengua en la que a partir del siglo X se redactaron las sagas que constituyen una parte importante del patrimonio cultural de la isla.
A pesar de que el idioma no ha sido declarado constitucionalmente oficial hasta 2011, el islandés ha sido la lengua propia de las instituciones desde la independencia del país en 1918 con respecto a Dinamarca. Asimismo, el islandés se encuentra tutelado por el Instituto Árni Magnúson para los Estudios Islandeses (IAMEI) - Stofnun Árna Magnússonar í íslenskum fræðum, en islandés-, estructura gubernamental que se encarga, entre otras cosas, de crear neologismos destinados a actualizar y adaptar la lengua islandesa a las exigencias de la realidad contemporánea, evitando tener que recurrir a préstamos lingüísticos de otros idiomas como el danés y el inglés. El denominado purismo lingüístico islandés, iniciado en el siglo XIX en pleno despertar del nacionalismo isleño, ha sido objeto de estudio por parte de varios investigadores y goza de amplio apoyo y difusión tanto entre los estamentos oficiales como entre la población y los medios de comunicación del país, que van haciendo suyos los nuevos términos que el IAMEI publica periódicanente en boletines oficiales. Tal y como se ha indicado anteriormente, el objetivo de dicha política es el de substituir cualquier posible extranjerismo con la creación de nuevas palabras, tomando como base las raíces del islandés medieval y el antiguo nórdico. Se trata, pues, de una corriente de tipo arcaizante. Así pues, a diferencia de la mayoría de idiomas europeos, que recurren al latín o al griego para la terminología científica o tecnológica y, más recientemente, al inglés, el islandés acuña nuevas palabras mediante la combinación de otras ya existentes en su propio idioma. Tomemos como ejemplo la palabra "meteorología", formada por las palabras griegas μετέωρον (alto en el cielo) y λόγος (conocimiento, tratado). Mientras que el resto de lenguas nórdicas recurre a la misma solución que el español (meteorologi, en danés, sueco y noruego), en islandés dicha ciencia se denomina veðurfræði, que deriva de las palabras islandesas veður (tiempo) y fræði (estudios).
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