Ayer tuvo lugar una de las elecciones municipales más reñidas que se recuerdan en Barcelona. Todas las encuestas auguraban un empate técnico entre Barcelona en Comú de Ada Colau, que optaba a revalidar su victoria, y ERC con Ernest Maragall a la cabeza. Finalmente ha sido éste último quien se ha llevado el gato al agua, pero su victoria resulta del todo pírrica, máxime si se tiene en cuenta que dispone del mismo número de concejales que el grupo de Ada Colau y que el número de votos que separan a ambas formaciones es inferior a 5000 papeletas. Si a todo esto se le añade que JxCat, el partido con el que ERC gobierna en coalición en el Govern de la Generalitat, ha perdido la mitad de ediles con respecto a las pasadas elecciones, pasando de 10 a 5 miembros, y que la CUP ha desaparecido del consistorio, el número de concejales netamente independentistas es de 15 de un total de 41, tres menos que en las elecciones de 2015. Una vez hecho los cálculos, convendría cuestionarse si Maragall y su equipo piensan gobernar en clave de ciudad, o si por el contrario prefieren hacer de la Ciudad Condal un instrumento más dentro de la hoja de ruta processista.
Es público y notorio que el processisme llevaba tiempo pugnando por hacerse con el consistorio barcelonés y que veía en la plaza de Sant Jaume el lugar ídoneo donde plantar su particular pica de Flandes como muestra de la rendición barcelonesa a la causa independentista. Nada de esto finalmente ha sucedido. ERC se ha azlado con la victoria por un puñado de votos, a lo que sumados el descalabro de JxCat, la desaparición de la CUP y el fracaso de Jordi Graupera a la hora de lograr conseguir siquiera un escaño, hace practicamente imposible que en la próxima legislatura se gobierne desde una óptica processista.
El denominado unionismo o constitucionalismo, por su parte, ha salido reforzado: el PSC cuenta con 8 concejales, el proyecto de Manuel Valls con Cs se ha hecho con 6 y el PP, al que las encuestas no le auguraban ningún regidor, ha conservado 2. Un total de 16 concejales, cuatro más que en la anterior legislatura. Si a ellos se añade el grupo de Ada Colau, que la pasada semana se autodefinió tras muchos dimes y diretes como no independentista, el número de regidores en el ayuntamiento de Barcelona ajenos al processisme asciende a un total de 26.
Aun quedan días para saber quién se llevará la vara de alcalde. Ernest Maragall podría gobernar en solitario, pero el reducido número de regidores de su grupo haría que la legislatura fuera incluso más precaria y complicada que la anterior. Ada Colau ha sugerido una alianza entre las fuerzas de izquierdas (ERC, Comuns y PSC), pero el veto de Maragall al PSC hace que dicha posibilidad se antoje harto improbable, por no hablar del discurso en clave processista que brindó anoche el conocido como "El Tete" a sus seguidores tras hacerse oficial su exigua victoria y que lo aleja de cualquier tipo de acuerdo con Colau, y menos aún con Collboni. Por su parte, Miquel Iceta (que aún debe de estar lamiéndose las heridas tras el veto por parte de ERC y JxCAT para ser investido presidente del Senado) ya ha dejado bien claro que pondrá todos los impedimentos que hagan falta para evitar que haya un gobierno independentista en el ayuntamiento barcelonés. Asimismo, Manuel Valls ha amenazado con romper su alianza con Cs si el partido naranja decide pactar con la ultraderecha de VOX en otras comunidades autónomas o ayuntamientos, lo que puede sonar a excusa para tener carta blanca a la hora de dar un eventual apoyo (junto al PSC) a la investidura de Ada Colau como alcaldesa, o incluso a la de Jaume Collboni, en una especie de Borgen a la barcelonesa, que podría verse aupado a la alcaldía si Comuns y Cs le dieran su apoyo. Todo esto son meras conjeturas, algunas más probables que otras. Las cosas están en el aire y será menester esperar por lo menos hasta el 15 de junio, fecha en que se constituyen los ayuntamientos, para ver si se llega a algún tipo de acuerdo entre los distintos partidos.
Mientras tanto, en el área metropolitana...
El que antaño fuera conocido como cinturón rojo por su adhesión inquebrantable al PSC parece que sigue mereciendo tal apelativo ya que las recientes elecciones han supuesto un revulsivo para el partido de la rosa, que ha visto revalidada su hegemonía indiscutible en el lugar. El PSC ha conseguido mantener (y en algunos caso incluso reforzar) la mayoría absoluta en municipios como L'Hospitalet de Llobregat (segunda ciudad de Cataluña), Cornellà de Llobregat, Sant Boi de Llobregat, Esplugues de Llobregat, Sant Joan Despí, Santa Coloma de Gramenet o Sant Adrià de Besòs. Además, ha recuperado ciudades como Sabadell (quinta ciudad de Cataluña), se ha mantenido en Tarragona (séptima ciudad catalana) y ha aumentado considerablemente su presencia en Mataró (octava ciudad de Cataluña), pasando de 6 a 13 ediles, a uno solo de la mayoría absoluta. En casi todas estas ciudades, se nota un avance de ERC a costa especialmente de JxCat, que retrocede e incluso desaparece en algunos consistorios. El descalabro del antiguo partido convergente es tal que incluso ha perdido la hegemonía en la Diputación de Barcelona, que ahora van a disputarse PSC y ERC. El PP, por su parte, se ha alzado con la victoria en Badalona (tercera ciudad de Cataluña) de la mano de Xavier García Albiol y en Castelldefels, aunque en ambos casos los populares podrían quedarse sin la alcaldía de producirse algún pacto entre el resto de formaciones políticas. Por último, JxCat conserva el feudo de Sant Cugat del Vallès.
Estos resultados en el área metropolitana de Barcelona (y en el camp de Tarragona) contrastan con los del resto del territorio catalán, en donde ERC y JxCat se han repartido la mayoría de alcaldías, con la excepción del Valle de Arán, dominado también por el PSC. Por eso, no es de extrañar que algunos hayan vuelto a aprovechar la ocasión para reivindicar la existencia de un fet diferencial en la conurbación de Barcelona que reforzaría la idea de Tabarnia como territorio diferenciado del resto de Cataluña en lo que a ideología y hábitos políticos respecta y que resiste la embestida secesionista. La propuesta tabarnesa, que ya fue motivo de polémica y de chanza a raíz de las últimas elecciones autonómicas celebradas el 21 de diciembre de 2017, ha vuelto a resurgir gracias a los últimos resultados electorales, pero también debido a comentarios tan desafortunados como los del President vicario Quim Torra la semana pasada en los que afirmaba que Barcelona había renunciado a ejercer la capitalidad de Barcelona en favor de Gerona. Sea como fuere, lo sucedido ayer y en anteriores citas electorales no son más que otra prueba de lo compleja que resulta la actual sociedad catalana, como para pretender hablar en nombre de un todo monolítico y uniforme. Aquello de un sol poble ya es historia. Por ello, sería necesario que nuestros políticos dejaran de hablar en vano en nombre de todos los catalanes y se dedicaran, en cambio, a gobernar por el bien de todos, y no a favor de algunos y en contra de otros, tal y como viene sucediendo durante los últimos años en Cataluña. Ernest Maragall, si llega a convertirse en alcalde de Barcelona, tiene la posibilidad de demostrar que otro tipo de política que antepone lo social a lo nacional también es posible.
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