Conversando hace unos días con un conocido israelí, y ante su más que correcto y fluido español, no pude evitar preguntarle por sus orígenes familiares. Él me explicó que sus abuelos son turcos, concretamente de Estambul, pero que emigraron a Israel en la década de los 50. Añadió, además, que el castellano lo dominaba por haberlo estudiado y porque en el seno familiar se había conservado el ladino, el castellano medieval que los judíos españoles se llevaron consigo tras su expulsión de España en 1492 ; un habla que mantuvieron a lo largo de los siglos -en una demostración sin igual de determinación, nostalgia y lealtad a la tierra de sus ancestros-, a la que luego se irían añadiendo palabras y expresiones propias de los idiomas de los lugares a los que fueron a parar las diferentes comunidades. "¡Entonces eres sefardí!", exclamé agradablemente sorprendido, a lo que mi interlocutor asintió con una sonrisa. Le pregunté entonces si sabía de la ley de reparación histórica
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