Si por algo voy a recordar, literariamente hablando, el año 2019 que estamos a punto de dejar atrás, ha sido por la revelación que ha supuesto para mí la obra literaria del escritor ampurdanés Josep Pla. Si bien es cierto que para el común de catalanes (y servidor no es una excepción) Pla no resulta desconocido - quien más, quien menos, todos saben que se trató de un escritor relevante para las letras catalanas-, dicha afirmación no se puede aplicar de manera categórica a sus obras, las cuales no tienen por qué ser conocidas para el gran público. En mi caso, Pla se había encontrado hasta ahora fuera de mi radar literario por una serie de vicisitudes de variada índole. Por citar una de ellas a modo de justificación, puedo decir que ninguno de sus libros entró en su día en el temario de literatura catalana del examen de selectividad de mi promoción. Quizás se tratase de una mera casualidad, aunque, ahora que lo pienso, podría jurar que no conozco a nadie de mi entorno que haya tenido que lidiar con Josep Pla en su examen de selectividad, lo que, de ser cierto, a mi mente malpensada no le sorprendería en demasía que ello obedezca a algún tipo de condena al ostracismo, habida cuenta de la enemistad que existió entre el escritor y Jordi Pujol cuando éste último se hizo con el control de la revista Destino donde el primero trabajaba. Conspiraciones aparte, Pla y, en especial, su mundo literario permanecieron ignotos para mí durante mi adolescencia y primera juventud. Debo admitir que casi lo agradezco, ya que en aquel periodo los clásicos de la literatura me interesaban más bien poco, con la posible excepción de Gabriel García Márquez y J.R.R. Tolkien (entre el realismo mágico de Macondo y la fantasía épica de la Tierra Media no debe de haber tanta diferencia al fin y al cabo...). Imagino que mi animadversión hacia los clásicos en general se debió a lo tediosas que me resultaban las clases de literatura castellana y catalana del bachillerato. No sé, quizás nunca le encontré la gracia a aquello de desmenuzar los libros y hallar intenciones o mensajes ocultos en los pasajes de obras tales como el Quijote o el Tirant lo Blanc.
Pasados los años, y ya habiéndome licenciado, tampoco me animé a darle una oportunidad al de Palafrugell como sí hice poco después con otra figura de la literatura catalana más reciente como Mercè Rodoreda (que, a diferencia de Pla, sí entró en mí examen de selectividad). El motivo principal, deduzco, es que Rodoreda escribía novelas y Pla, por lo general, se decantaba por otros géneros como el dietario o el periodístico. Mi visión, por entonces, maniquea de la literatura, en la que la novela se erige como el único género válido, impedía que pudiera apreciar a otros autores que habían optado por, a mi parecer, "géneros chicos". Una persona, cuya obra cúspide es un diario de juventud, no podía considerarse un escritor digno de ser denominado como tal, de igual manera tampoco podían considerarse poemas las desconcertantes creaciones de Salvat-Papasseit que también sufrí y padecí durante el bachillerato y que ahora me parecen simplemente brillantes.
Sea como fuere, lo cierto es que tuvieron que pasar bastantes años hasta llegar a 2019 y caer rendido ante la grandeza literaria de Josep Pla. Y, como suele pasar en estos casos, sucedió de manera indirecta y, por qué no, fruto de la casualidad. A fin de cuentas, las epifanías (sean del cariz que sean) solo tienen lugar si casualmente la coyuntura es la propicia y se dan ciertos factores, lo que a su vez me genera cierto desasosiego, ya que pienso en todas las epifanías que me habré perdido cuando pase a mejor vida por no haberse dado las condiciones necesarias... En fin, mi interés por Filipinas y su legado hispánico me llevaron a interesarme por un contemporáneo de Pla: Jaime Gil de Biedma. Gracias a los diarios del escritor barcelonés que se publicaron hace algunos años, pude descubrir la Manila y los campos y haciendas filipinos de las décadas 50 y 60 del pasado siglo, así como la Barcelona de la Generación del 50 que se reunía en locales emblemáticos como la discoteca Bocaccio. La lectura de Gil de Biedma sirvió también para darme cuenta de que la vida iba en serio (broma mala, lo sé...) y para despojarme del prejuicio de considerar el dietario y la poesía dos géneros literarios poco válidos. Aquí es donde entran Josep Pla... y Papasseit.
Pude haberme adentrado en el universo Pla a través de El carrer estret, puesto que se trata de su novela más conocida y pertenece al género literario que con diferencia más me gusta, la narrativa. Sin embargo, la experiencia con los diarios de Gil de Biedma me había parecido tan satisfactoria que decidí entrar por la puerta grande y empezar con la que, a todas luces, es la obra maestra de Josep Pla: El quadern gris. En efecto, la lectura del diario de juventud del escritor, ambientado entre 1918 y 1919, me resultó toda una delicia a lo largo de sus más de setecientas páginas. La capacidad analítica de Pla para plasmar por escrito, sin escatimar por ello en dosis de ironía y escepticismo, los avatares de su Palafrugell natal - muchos años antes del boom turístico- y de la Barcelona culta y burguesa que giraba en torno a la penya del Ateneo Barcelonés, se antoja cuando menos extraordinaria. Por no hablar de sus reveladoras y, en ocasiones, mordaces reflexiones sobre los más variados asuntos: literatura, política, historia, geografía, economía...
Pla hizo del dietario su género estrella. También se incursionó en la narrativa, el ensayo o la literatura de viajes, pero fue, sin duda, el de los dietarios el género que más cultivó a lo largo de su vida y en el que más cómodo se sintió para dar rienda suelta a su enorme talento literario. Asimismo, y quizás sin que el mismo escritor fuera consciente de ello al principio, sus dietarios le permitieron ir poco a poco tejiendo un universo propio en el que tendrían cabida un nutrido y variado espectro de personas, convertidas para la ocasión en personajes literarios de sus obras: desde figuras de la talla de Josep Maria de Segarra, Eugeni d'Ors o Pompeu Fabra, que son citados a menudo en El quadern gris, a otras de tipo diametralmente opuesto como Sebastià Puig, alias "l'Hermós", que aparece sobre todo en los relatos de temática marinera, pasando por la omnipresente Aurora, fruto de la obsesión erótica del Pla más tardío, ya en pleno autoexilio en el Mas Pla de Llufríu (o Llofriu, como gusten).
Tras El quadern gris, han pasado por mis manos otras obras de Josep Pla: La Costa Brava, Cabotatge mediterrani, La vida lenta... Irónicamente ninguna de ellas es una novela, el único género literario que en principio me podría haber interesado de Pla. Sin embargo, por ahora sus diarios, llenos de impresiones, reflexiones y anécdotas que evocan de manera brillante y única la época que le tocó vivir, se están llevando todo el interés por mi parte. El carrer estret tendrá que esperar, pues, a 2020.
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